Hace 6 años

Mi nombre es Pablo y esta es mi historia. Te puede resultar conocida, tal vez no de forma directa,pero estoy seguro de que al ver la palabra «cáncer»en la portada de este libro, vino a tu mente algún ser querido, un vecino o, quizás, tú mismo. Este es el relato de mi vivencia, antes, durante y después de que me lo diagnosticaran y de cómo se convirtió en
mi maestro. No lo voy a azucarar. Narraré todo, o al menos lo que en mi mente quedó grabado. Os contaré cómo
salí del pozo en el que me había atascado, pero también os mostraré que es posible cambiar y sonreír—siempre que se tenga la voluntad de hacerlo—.
Todo en la vida es una enseñanza y hay dos opciones:aprender y evolucionar, o repetir comportamientos.
La primera opción es la complicada, ya que requiere un esfuerzo personal. Y esa fue la que escogí. Como toda historia de estas características, la mía comienza con una dura lección: nacemos con el pensamiento de que viviremos eternamente y nunca llegará la muerte, en especial cuando somos jóvenes. La idea de que pueda ocurrir nos aterra, la censuramos y hacemos oídos sordos, pero esta es una de las pocas verdades absolutas que he aprendido: nacemos
y moriremos.
Desde que venimos al mundo nos controlan y condicionan con mil cadenas y creencias que alimentan ese miedo y nos hacen olvidar lo importante: que somos seres libres.
Nos catalogan, nos dan un número, un nombre y empieza la instrucción. Durante los primeros años de vida crecemos inocentes y puros: lloramos, nos enfadamos, mostramos nuestra desgana y no ocultamos nuestros sentimientos. Somos auténticos. Pero el paso del tiempo y el contacto con otras personas, nos hacen cambiar. En el momento en que
tomamos consciencia de nosotros mismos y las preguntas no pueden ser contestadas, o no nos llenan las respuestas, empiezan los problemas. Padres, hermanos, maestros, etc., nos inculcan sus propias ideas, sus creencias, y nos enseñan la distinción entre el bien y el mal.
Nos clasifican como inteligentes o estúpidos en función de unas pruebas globales y estandarizadas, que de nuevo se rigen por criterios socialmente establecidos. Nos oprimen y separan por fronteras olvidando que —pese a nuestro color de piel, altura, peso, condición social y carácter— todos somos iguales.
Son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan... (continuará)