Hace 8 años

Hola, cofrades.
Os paso mis experiencias, que fui escribiendo desde que recibi la noticia hasta mi entrada en el quirófano.
Evidentemente sigo aquí. Mas delante continuare con el post-operatorio.
Mi intención es dar animos a los que, como yo, están pasando por esa experiencia. Con buen talante se suele salir de casi todo.
Seguimos en contacto.
MI PASO POR “LA DOBLE C”. (Cáncer de Colon)
LA NOTICIA.
Después de los dos días preparatorios (el primero de dieta exclusivamente proteínica y el segundo a base de caldos filtrados) al final del segundo día tomo ese medicamento consistente en cuatro sobres (disueltos dos a dos en un litro de agua) que se supone que me harán una limpieza del interior de mi aparato digestivo. Resultó molesto, ya que iba al retrete casi cada cuarto de hora, llegando a echar al final básicamente agua muy poco sucia.
Como soy bastante “puñetero”, me pesé en la báscula de baño de casa antes y después de esos dos días. Había perdido dos kilos.
El día señalado (aciago jueves, día 13 de Agosto) voy cual oveja al matadero, un poco/bastante inquieto por lo que pudieran encontrar. Me acompaña mi esposa. No me hacen esperar mucho y me introducen en la sala de colonoscopia. Me desnudo. Me pongo la bata (de esas de usar y tirar) las calzas y ese gorro tan ridículo para evitar caída de cabellos (curiosamente, ni las enfermeras, ni la médica lo llevan)
Me tumbo en la camilla. Veo a mi izquierda una pantalla, bastante grande, debajo de la cual surge un tubo negro de aspecto amenazador. Me pinchan en una vena de la mano (¡que dentera me da!) Me pongo de costado con las piernas encogidas bajo una sábana que me ponen por la cintura. Después de la autorización de la doctora (por cierto muy amable y guapa) comienzan a inyectarme el líquido sedante. Caigo casi instantáneamente.
Me despierto camino de la sala de recuperación, con una sensación de placidez fenomenal. Me dejan solo. Aprovecho para soltar la cantidad de aire que me habían introducido. ¡Qué alivio!
Al poco tiempo llega la doctora, Me ve bastante despejado ya y me pregunta si vengo con compañía. Le indico que mi esposa está en la sala de espera. Me pregunta: “¿quiere que esté presente cuando le diga el diagnóstico?” Respondo afirmativamente y se va. Empiezo a sospechar que “algo” no va bien. Entra una enfermera y me ayuda a sentarme en la camilla. Se me olvida que sigo llevando ese gorro ridículo.
Llega la doctora con mi esposa y, mientras esta última apoya su mano en mi hombro, la doctora me dice que ha encontrado un daño en el intestino, además de un pólipo, y que el aspecto no es bueno. Me tranquiliza diciendo que está bien situado y, aparentemente, no demasiado desarrollado. Ha mandado hacer una biopsia, pero su experiencia le dice que conoce el resultado por anticipado. Me recomienda “darme prisa” para el resto de las pruebas. Cuanto antes se ataquen estas cosas, mayor probabilidades de éxito (me habla de más del 90%) En vista de lo cual ordena un TAC de contraste con carácter preferencial. Solicitado dicho TAC (me citan para el próximo martes) nos volvemos a casa.
Mi sensación es de estar un tanto despistado. Las malas noticias tardan en profundizar y en ser comprendidas. No obstante comprendo que tengo “un problema” de cierta gravedad y que no vale para nada quejarse de la mala suerte y, sobre todo, hacer cábalas del por qué.
Soy marino por afición y he pasado unos cuantos temporales. Los temporales ni se desean ni se disfrutan pero, cuando los ves venir, lo que hay que hacer es preparar bien el barco, advertir a la tripulación y, con el mejor ánimo posible, situarte tras la rueda del timón y, sin dejar que te atrape el miedo, disponerte a luchar con toda tu sabiduría y fuerzas para vencerle y salir airoso. Y es lo que me propongo hacer.
Para ayudarme a la aceptación (preparar a la tripulación) llamo a mis dos hijos (37 y 39 años) Y a mis amigos (afortunadamente tengo varios amigos “de verdad”) y les cuento el asunto. Recibir comprensión y, sobre todo, cariño (dos “C” otra vez) es absolutamente gratificante y, casi, imprescindible. Los nietos (tengo tres y son pequeños) no deben enterarse. Así termina la tarde.
Después de una noche casi en blanco (¡hay que ver la maldita mente!) al día siguiente sigo encontrándome “distraído”. Me dedico a estar ocupado haciendo cosas; las primeras que se me vienen al “coco”. Según transcurre el día voy centrándome algo más.
Por la noche me tomo un par de pastillas tranquilizantes y consigo dormir unas horas, Estamos ya a sábado y me despierto más despejado, aunque un poco deprimido. Me niego a estar deprimido y vuelvo a coger fuerzas. Me pongo a cocinar un rabo de toro (me gusta la cocina) porque mis dos hijos, y un matrimonio amigo, vienen a cenar esta noche con nosotros. Ya como regularmente, con apetito. También vuelvo a ir al retrete. ¡Esto marcha bien! La cena muy agradable, animada y sin tensión ni miradas de pena y compasión. Hablamos, por supuesto, del maldito cáncer pero sin que fuera el tema central de la conversación.
Ya han pasado tres días. Estos próximos días nos toca nietos. Aún no le hemos dicho a su madre nada. Tiene bastantes problemas y no queremos, de momento, intranquilizarla aún más. Me ha venido bien. Mis nietos mayores, de siete y nueve años, viven felices. No tenemos derecho a transmitirles nuestros problemas. Mi esposa me recuerda que, mi nieta, le contó una vez que la abuela de un amigo suyo del colegio había tenido cáncer y se había muerto. Yo no tengo cáncer. Tengo un “bultito” en la barriga y me tienen que operar. Como me han operado ya bastantes veces (traumatológicas, dada mi vida deportiva) no le dan importancia.
Mi ánimo ha tenido unos cuantos bajones a lo largo del día. Pero me niego a estar deprimido. No me debe dominar el pánico, tal y como no me dominó en mis “negociaciones” con las tormentas pasadas, tanto en navegación como en las personales. Cariño y compañía (de nuevo las dos “C”) Es lo que se necesita en estos momentos.
Bien. El barco está amarinado. La tripulación advertida. Ahora a esperar la intensidad y dirección del viento, el tamaño de las olas y la duración del temporal. Procuro estar tranquilo. La embarcación es robusta, el patrón fuerte y la tripulación adecuada. La tempestad está casi encima.
PROLEGÓMENOS Y PREPARACIÓN.
Lo más difícil de todo es la espera. De repente te conviertes en la persona más importante del mundo y, si además eres impaciente, como es el caso, quieres que todo vaya una cosa detrás de la otra. No obstante, la cosa va a toda marcha.
Tengo seguro médico privado, pero siempre he pensado que, en caso de tener un problema grave de salud, sería tratado por la Seguridad Social. Tenemos la mejor del mundo. Buenos médicos, buenas instalaciones, buen instrumental… Bien. Comunicado el problema a la Seguridad Social (la colonoscopia y el Tac posterior me lo hicieron en el seguro privado) se empiezan a acelerar las cosas. El miércoles tengo cita con el cirujano y me dice que, lo más normal, es que me puedan operar a primeros de Septiembre. También me indica que, ya que mañana me van a hacer el TAC de contraste, procure que me den un CD con el resultado de la prueba. Me puedo llevar un “pincho” (o pendrive, o como se llame) para ver si lo pueden pasar a él. De esa manera el cirujano puede estudiar el resultado con la mayor anticipación posible.
También hablo con mi más antiguo amigo. Su madre falleció de cáncer de recto. No obstante bromea conmigo y me da toda serie de ánimos y seguridades mientras nos reímos por teléfono. Insiste en invitarme a una paella en su casa… “antes de que te pongas a comer toda esa serie de marranadas cuando te operen”. Repito: es maravilloso tener buenos amigos.
Mis nietos se han ido a dormir, después de “ayudar” a recoger la mesa. La ABUELA (con mayúsculas) se ocupa de ellos. Tomo conciencia (aunque ya lo sabía) de repente, que mi esposa, mis hijos, mis nietos y mis amigos me necesitan. También me necesitan las plantas (tengo muchas) para seguir viviendo. No eres imprescindible, pero no hay que ser egoísta cuando estás enfermo. No eres el centro del mundo. Debes ser generoso y seguir dando tu vida para que los próximos puedan gozar también de la suya.
Evidentemente estoy escribiendo según se me ocurren las cosas. Es un momento muy especial y tus sentimientos varían. Hay que procurar que varíen “para mejorar”.
Me han hecho el TAC. Estaba absolutamente “acojonado” por la posibilidad de que se descubriese que había metástasis. Cuando estaba esperando la prueba, me temblaban hasta los dientes. Entro en el vestuario. Vuelvo a ponerme la bata azul (mi color preferido) una vez desnudado. Me avisan y me tumbo en la camilla del TAC. Las enfermeras se portan con una amabilidad encomiable. Me advierten las posibles sensaciones que puedo notar. Vale. Me vuelven a pinchar en una vena (¡que dentera me da!) y empieza la sesión. Tarda no más de diez minutos.
Una vez finalizada me dicen que espere un momento (había pedido previamente que, si era posible, me dieran el CD con el resultado) Efectivamente, a los quince minutos, sin decir nada, me entregan el informe y el susodicho CD. Tengo enormes tentaciones de abrir el sobre, pero le hecho “huevos” y, cogiendo de nuevo mi moto, vuelvo a casa. Quiero que mi esposa, mi apoyo durante casi cuarenta y seis años, esté presente para ver el resultado.
Llego. Mi mujer (con los nietos delante) me pregunta. “¿Qué tal?”. “No lo sé”, digo. Abrimos el sobre. Leemos (en idioma médico/quasi-ininteligible) el resultado. No vemos la odiada palabra: METÁSTASIS por ninguna parte. ¡Qué alivio!. Me siento casi desfallecer. No hay un problema “añadido” al problema principal. Tomo una cerveza. Me sabe de maravilla. Mis nietos siguen jugando… Y yo vuelvo a tener esperanza y alegría.
Cita con el cirujano. Es un hombre amable, directo. Estudia el TAC y el resultado de la colonoscopia. Me hace toda una serie de preguntas al respecto de mis anteriores intervenciones quirúrgicas, además de las clásicas al respecto de posibles alergias, intolerancias, etc. etc. También aconseja hacer una colonoscopia virtual, consistente en un examen por contraste de todo el colon, a fin de cerciorarse de que na habrá más sorpresas detrás de lo descubierto. El TAC no ha encontrado nada, pero este sistema es más exacto.
Una vez completado el informe me explica cómo puede hacerse la operación. Al mismo tiempo me dice que la medicina no es una ciencia exacta y que, una vez en el quirófano, puede encontrarse con cosas no previstas que le obliguen a alterar los planes. Me gusta su franqueza. Habla claro y, además, admite que puede haber equivocaciones. Ya lo tenía decidido, pero dada la forma en que se ha desarrollado la entrevista, me pongo en sus manos con la mayor confianza posible. Así se lo digo. Me recomienda que siga con ese estado de ánimo tan positivo y quedamos ya para cuando se fije la fecha definitiva.
Aprovechando que estoy en el hospital, vamos a pedir hora de cita para la susodicha colonoscopia. Me dan las instrucciones de preparación, los medicamentos que debo tomar y queda fijado para el próximo lunes. El viernes tendré que ir de nuevo para análisis de sangre, radiografías, visita al anestesista… Todo muy divertido. Menudo programa de ferias y festejos tengo por delante.
Cuando por fin salgo para casa, me encuentro como con un “carajal” mental de mucho cuidado. Han sido muchas visitas, muchas novedades, muchos paseos de aquí para allá… Vuelvo despacio con el coche (menos mal que no había ido en la moto) porque no puedo centrarme totalmente en la conducción y prefiero extremar la prudencia. La próxima vez iré con compañía. En fin. Tengo un par de días de descanso hospitalario.
Mientras tanto sigo intentando, y muchas veces consiguiendo, interesarme por todo lo que me rodea. Las personas están ahí. La vida se desarrolla a mi alrededor como si nada estuviera pasando. Afortunadamente no hay dolor, y eso me ayuda a no pensar en el problema. Desde luego no estoy cómodo. Voy al retrete entre cinco y ocho veces al día, con gran cantidad de gases, y consiguiendo un pobre resultado. Pero voy. Eso es importante. En caso contrario habría un atasco muy preocupante y, seguro, que peligroso. Lo peor son las noches. Ahora tomo siempre un tranquilizante para dormir. Aun así duermo poco y sueño mucho. Estoy deseando, a la vez que temiendo, que me quiten el “bicho” de una vez para volver a normalizarme. Intuyo que no será agradable y que lo pasaré mal. Pero la alternativa ni siquiera es considerable. Hacer “el avestruz” o quedarte en un rincón, lamentándote de tu mala suerte, es absolutamente estúpido. El temporal está empezando a manifestarse de una forma clara.
En vista de eso, invito a unos amigos. Les digo que es la “última cena” de disfrute hasta ni se sabe cuando. A partir del día siguiente voy a ponerme a seguir el régimen indicado por el cirujano. Quiero llegar lo más sano posible al momento de la operación. Así las posibilidades de éxito serán mayores.
La cena se desarrolla, como la anterior, de forma muy agradable y distendida. Procuro contenerme a la hora de tomar vino y no cenar excesivamente. Empiezo un régimen un tanto disimulado.
Maldito viernes. Llego al hospital a las 07:55. Análisis de sangre. Me vuelven a pinchar en una vena (no consigo acostumbrarme a que no me dé dentera, pero la cosa se va haciendo excesivamente común) De ahí a la radiografía de tórax. Desayuno, casi sin apetito y voy a consulta con la anestesista. Llega el resultado del análisis y, lógicamente, estoy algo bajo de hierro. Deciden que debo recibir una buena dosis, acompañada de vitaminas y tal, un par de veces antes de la operación. De esa manera mi cuerpo estará más preparado. Total que me llevan a la zona llamada “Hospital de día” y allí me encuentro sentado en una silla especial donde, gota a gota, me ponen seis frascos de productos diferentes, entre ellos el hierro.
Durante las dos horas y media que dura la introducción de los elementos, me encuentro rodeado por otros pacientes (he descubierto que llamarnos “pacientes” es por la paciencia que hay que tener) que también se encuentran enganchados a una aguja, de esas que me dan tanta dentera (¿lo he dicho ya?) cada uno recibiendo bien quimio, bien hierro, bien… yo que sé qué. El ambiente, aunque parezca mentira es relajado. El personal que atiende está atento y es simpático. Ofrecen algún zumo, flan, yogur… mientras dura la espera y revistas para los acompañantes. El culo se me queda plano y ya no sé cómo ponerme.
Por fin a las 14:40 se acaba la sesión y salimos mi esposa y yo zumbando de allí. Siete horas en un hospital, recibiendo pinchazos por todas partes, es como bastante molesto. ¿O no?
Otros dos días de preparación para la colonoscopia (régimen absoluto, caldos a “tuti plen”, idas al retrete interminables…) A este paso voy a adelgazar todo lo que me estaban diciendo siempre. Cuando empecé con el “asunto” pesaba casi 95 kilos. Ahora estoy en 91,5. Como me dijo el cirujano que procurase bajar un poco de peso, no me está viniendo mal. Supongo que, cuando llegue el momento de la operación, estaré en menos de 90. Después seguro que me quedaré en los ochenta y tantos. No está mal el “plan de adelgazamiento”.
Sigo ocupándome de cosas varias. El “coco” debe estar distraído. Ayer tuve un momento de bajón, pero fue superado de nuevo. No la voy a “cascar” de esto. Seguro. Son esos momentos de inseguridad que te invaden de vez en cuando, cosa que también es lógica. Las enfermedades, como las tempestades, te pillan por el camino y hay que hacerles frente. Pasa la tarde y consigo dormir sin demasiadas pesadillas.
Bien, la colonoscopia virtual se ha realizado. Ha resultado menos molesta que la anterior. El tumor alcanza un tamaño de unos diez centímetros (cosas que ya se sabía por el TAC) Yo me pregunto: si el resultado es casi idéntico y, al parecer, menos agresivo ¿por qué no se hace siempre así? En fin, que me dicen que no hay nada más detrás del tumor. Solo un pequeño pólipo.
Con esta prueba final se dan por terminados todas las exploraciones, análisis y demás. Solo me queda otro pinchazo para la toma de hierro, que será el lunes 31 próximo. Se fija la fecha de la operación para el siete de septiembre. Ahora me espera un período de calma relativa antes de penetrar en el ojo del huracán. De todas formas la tempestad no parece tan dura como se preveía en un principio.
Me encuentro más tranquilo. Ya se todo lo que debía saber. La única duda es qué encontrarán cuando me operen y cómo será dicha intervención. Dependiendo de ella, la recuperación será más o menos penosa y larga. Ya se verá.
Ha pasado otra semana. Hoy me han puesto el “chute” último de hierro. Ya está todo preparado.
En este período he conseguido tranquilizarme muchísimo. Me encuentro más vivo que nunca y con verdaderas ganas de que se resuelva el problema lo antes posible. Hay algo que me he dado cuenta y es que no hay opción. O me operan o me condeno a muerte (y creo que no sería una muerte demasiado agradable) Por lo tanto estoy poniendo de mi parte casi todo lo posible para que salga bien del asunto. Lo del “casi” es porque, si bien sigo el régimen que me ha recomendado el cirujano, hay veces que me lo salto… un poco. He adelgazado casi cuatro kilos.
Con respecto a mi estado de ánimo, ha mejorado mucho. Estoy recibiendo mucho apoyo por la parte de mi familia y amigos. Todos me dan ánimos y me aseguran que la cosa va a ir muy bien. Así lo espero, y así lo creo. Espero lo mejor, pero estoy preparado para lo peor. Si no me ponen un ano artificial, mejor. Si no me dan quimio, mejor. Si no tienen que abrirme y la operación es por laparoscopia, mejor. En fin, a ver qué pasa a partir del día siete. Seguimos en calma previa antes de terminar de atravesar la tormenta. El barco resiste y el patrón también. La tripulación responde muy adecuadamente.
El pasado viernes, cuatro de Septiembre, voy al hospital de nuevo. Se trata de realizarme una pequeña extracción de sangre para realizar lo que denominan “pruebas cruzadas”. Consiste en mezclar mi sangre con un par de bolsas (por supuesto de mi grupo sanguíneo) para reservarlas por si son necesarias durante la intervención. He de decir que la organización de todos los preparativos, pruebas y análisis que me han hecho me ha parecido excelente. Da sensación de orden y de profesionalidad. La Seguridad Social funciona. Y muy bien.
A la vuelta, inexplicablemente, tengo un “bajón” moral tremendo. Paso un mal rato, pero cojo mi moto, voy a por pescado y, ya de paso, voy a ver al “profe” de gimnasia para decirle que me tendrá que esperar un poco hasta que acabe esta historia. Recibo toda clase de ánimos. El bajón ha quedado atrás.
Hoy es domingo ya. Mañana me operan. Todo está preparado. Reconozco que estoy un poco nervioso pero deseando que pase todo lo más rápido posible. Por mi parte estoy dispuesto a poner todo mi empeño en que este problema se resuelva cuanto antes mejor. Creo que la actitud del que va a sufrir la intervención es fundamental para la buena consecución de esta, y para que la recuperación se realice lo mejor y más pronto posible. Entramos en el ojo del huracán.
Continuara…
Hace 8 años

jopé, menudo testimonio!!! bueno, amigo, espero la segunda entrega: la salida del ojo del huracán...mucha suerte!!!!

Hace 8 años

Hola Myky,

vaya relato! Me has dejado en ascuas, yo quiero saber como continua!!! Espero que no nos hagas esperar mucho ;)

Y el título que le ha puesto mary a la 2ª entrega me encanta, jejejejeje.

Un abrazo y mil gracias por compartir tu historia con nosotros!

Hace 8 años

Hola,

Parece una novela, y estoy esperando ansiosa que nos cuentes que ya estás operado y que todo ha ido genial.

Mucha fuerza y sigue con ese ánimo tan positivo, pienso que es la mitad del tratamiento.

Un beso Myky.

Hace 8 años

Hola José...como mis compañeras, quiero saber cómo continúa la historia. Igualmente, muchas gracias por tu testimonio. Y sigue tan fuerte y positivo. Un fuerte abrazo. Lavita.

Hace 8 años

¡Buenos días! Bienvenido y gracias por contarnos tu experiencia. Si necesitas consultar dudas, consejos…llámanos al 900 100 036 o escribe en el consultorio online. Un saludo.

Hace 8 años

A seguir dispuesto y para adelante , un abrazo.

Hace 8 años

Hola, que bien lo explicas. Esperamos todos la segunda parte...... Un abrazo

Hace 8 años

Hola Myky!

Bienvenido y me quedo esperando la segunda entrega. Un saludo

Hace 8 años

Bueno Myky yo ya me siento parte de la tripulación, se nos va a quedar el barco pequeño jeje. Aquí estaremos esperando para seguir las instrucciones de nuestro capitán en el que confiamos, y al que apoyaremos sin rechistar. Deseando leer "pacientemente"la segunda entrega

Hace 8 años

Bueeeno, pues aquí va la segunda parte.

A ver si sois capaces de aguantar el tocho.

LA OPERACIÓN Y DEMÁS SUCESOS HOSPITALARIOS.

Estoy ya de vuelta en casa, por lo tanto este capítulo lo escribiré de memoria.

El domingo, por fin, ingreso en el hospital. Una vez hecha la entrada, me dirijo a la habitación. Nada más llegar tengo una pequeña discusión con la enfermera. Me dice que me va a poner la “vía”. Le pregunto: ¿pero es que es necesario inyectarme algo hoy?. No, me responde, pero es por si acaso. O sea, porque sí y por seguir el protocolo. No quiero poner problemas y me dejo afeitar medio brazo. Total que ahí estoy con una aguja clavada toda la noche para nada. Ya empezamos.

A las seis de la mañana del lunes me despiertan. Debo ducharme con un jabón especial, quedarme en bolas, y meterme en la cama. Así lo hago y a las siete y cuarto viene un celador, me afeita la barriga y bajamos al quirófano. Entro en seguida. Es un quirófano moderno. Da seguridad. Me rodean la anestesista y varias enfermeras. Aparece el cirujano. Me saluda. Me pinchan y… empieza la cosa (aunque yo no me entere)

He de decir que nunca en mis anteriores intervenciones quirúrgicas (esta es la novena) había entrado con la tranquilidad que he tenido en esta. Tal vez ha sido porque no había opción. Las anteriores eran traumatológicas y podía escoger entre seguir con algo roto (ya se arreglará como pueda y sepa) o arreglarlo de una forma más correcta, aunque artificial. Esta vez era escoger entre “cascarla” o salir adelante. En fin…

Me despierto en la sala de recuperación. Todo ha terminado. Pregunto si llevo la temida bolsita de caca. Me dicen que no. De todas maneras me toco por la zona. No hay nada. Bien, otra preocupación menos. Estoy con goteros (dos o tres) por los que me inyectan varias cosas; calmantes, suero, etc. etc. Me adormilo y pasa la tarde.

A ratos aparecen mi esposa y mi hijo a verme. Los tranquilizo y les digo que me encuentro bien. Como me dejarán allí toda la noche, les aconsejo que se marchen a casa a dormir. En la habitación que me han asignado solo hay un sillón con aspecto bastante incómodo. Así lo hacen y pasa la noche.

Al día siguiente me suben a la habitación. No siento dolor ni molestia alguna (luego me enteré que, entre otras cosas, me habían inyectado un pequeño “chute” de morfina) Mi esposa ya está allí.

A media mañana aparece el cirujano con su cohorte de alumnos y alumnas. Hablamos un ratito. Me dice que ha tenido que quitar unos veinticinco centímetros de intestino. Que el tumor era muy grande y lo han llevado a analizar para su exploración, acompañado de unos veintiséis ganglios que han salido pegaditos al susodicho trozo. Me destapa y quita los apósitos. Explica a los acompañantes lo que ha hecho.

Afortunadamente pudo emplear la laparoscopia para la intervención, pero tuvo que abrir una especie de cesárea, de casi doce centímetros, para poder extraer la “morcilla”. Tengo grapas por todos los lados y agujeros por todas partes, además de una bolsita para el drenaje.

Me doy cuenta de que, mis partes “pudendas”, están al descubierto ante los ojos de todos y todas. Creo que en ese instante dejaron de ser pudendas para convertirse en “algo más” que está ahí. Bueno, una preocupación menos, como decía Forrest Gump.

Ya no me ponen más apósitos. Se queda todo al aire y me encuentro más cómodo. Únicamente me molesta mucho la sonda urinaria que me han puesto. Es la primera vez. Le pregunto hasta cuando tendré que llevar esa historia. Me dice que mañana, casi seguro, me la quitan porque me encuentra muy bien. Ojalá sea cierto.

Sigo con los goteos. No debo beber agua en un par de días, pero afortunadamente estoy bien hidratado. Pasa un día más entre adormilaciones varias. ¿Os habéis dado cuenta de que, en un hospital, nunca se puede dormir?. Cuando no es el termómetro, es el cambio de bolsa gotera, la toma de tensión, la pregunta de: ¿estás bien?. En fin, que no hay quien duerma más de tres horas seguidas. ¡Ah! Y siempre dejan la puerta abierta cuando se marchan. ¡Coñe!

Efectivamente me quitan la sonda urinaria ¡Que alivio! Y empiezo a levantarme para ir al retrete (solo líquido). Cogemos una tarjeta para la tele. Es de pago y no me parece mal. Me entretengo un poco viendo la “caja tonta” mientras pasan las horas. Mi esposa ha dormido en ese mencionado sillón de aspecto incómodo. Efectivamente lo era. Menos mal que duerme estupendamente.

Empiezo mis paseítos por los pasillos del hospital, acompañado por mi esposa o alguno de mis hijos y, por supuesto, por lo que yo llamo el “árbol de navidad”. Esa especie de columna con ruedas, de la que cuelgan distintas bolsas, y que llevas enganchada continuamente. Sigo sin comer nada sólido.

El cirujano me visita cada día, con su cohorte. Examina el asunto y se muestra satisfecho. Me dice que al sexto día empezaré con una dieta líquida y blanda, a ver que tal va la cosa.

Mientras tanto, en la tele, veo repetitivamente un anuncio en el que cae una loncha fresca de jamón de york recién cortado sobre otras que se encuentran en un plato. Se me hace la boca agua. Es como el suplicio de Tántalo.

Empiezo a comer un poco al sexto día. Puré y líquidos. A las doce horas me encuentro “raro”, me levanto e imito a la niña del exorcista con una vomitera tremenda. Vienen las enfermeras, me cambian (incluso las sábanas, que no se salvaron) Me dicen que no me preocupe, que es absolutamente habitual y normal. Bueno…

Al día siguiente pasa lo mismo y, en la visita del cirujano, se lo comento. Ya estaba informado por la enfermeras que, por cierto, TODAS trabajan de una forma impecable (excepto en eso de no cerrar la puerta) Me dice que vuelvo a la dieta absoluta un par de días más y que considera ponerme una sonda nasogástrica. Me niego en rotundo. Le digo que puedo estar sin comer (incluso sin jamón de york del anuncio) varios días, pero que de sonda… Nanai.

Pasan dos días más. Vuelvo a comer y, esta vez, lo admito sin problemas. El intestino se ha puesto en marcha de nuevo. ¡Bien!. Un par de días más, ya con comida sólida (esas “exquisiteces” de los hospitales) y me dan la mejor de las noticias: ¡me voy a casa! Habían pasado once días desde que ingresé.

Ahora solo falta saber el resultado del análisis y si va a haber quimio o no.

Seguiremos informando.